Capilla de Adoración Permanente

La oración es un elemento indispensable en la vida del cristiano. Jesús se retiraba a la montaña para orar, para entrar en esa intimidad con el Padre. Además, ante la petición de sus discípulos, Jesús les enseña a orar a través del Padrenuestro.

San Vicente de Paúl también era firme defensor de la oración como medio de entrar en contacto con Dios y así poder hacer en todo su voluntad, a ejemplo de Jesucristo. Por eso insistirá a los misioneros paúles: «Dadme un hombre de oración y será capaz de todo» (SVP XI, 778).

Este ha sido el acicate que ha hecho que desde la parroquia queramos ofrecer este espacio de oración e intimidad con Dios: una capilla abierta todo el día para que toda persona que necesite retirarse un tiempo para orar (sea corto o sea largo), disponga de ese espacio y de esta oportunidad.

 

Además hemos querido que sea con la Exposición del Santísimo. Cristo quiso permanecer siempre en medio de nosotros, como muestra de su amor. San Vicente de Paúl así lo reconoce, viendo en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, el amor incondicional e inventivo de Dios hacia la humanidad:

«Como el amor es infinitamente inventivo, tras haber subido al patíbulo infame de la cruz para conquistar las almas y los corazones de aquellos de quienes desea ser amado, por no hablar de otras innumerables estratagemas que utilizó para este efecto durante su estancia entre nosotros, previendo que su ausencia podía ocasionar algún olvido o enfriamiento en nuestros corazones, quiso salir al paso de este inconveniente instituyendo el augusto sacramento donde él se encuentra real y substancialmente como está en el cielo. Más aún, viendo que, rebajándose y anulándose más todavía que lo que había hecho en la encarnación, podría hacerse de algún modo más semejante a nosotros, o al menos hacernos más semejantes a él, hizo que ese venerable sacramento nos sirviera de alimento» (SVP XI, 65).

El mural

El mural que acompaña al Santísimo en esta capilla, obra del pintor Arturo Asensio (autor también del mural de nuestro Altar Mayor), es cristológico. A través de tres escenas características de los últimos días de la vida de Jesús, nos quiere interpelar interiormente y ayudarnos así en nuestra oración. 

Última Cena

En primer lugar, nos encontramos con la escena de la institución de la Eucaristía en la Última Cena. Jesús quiso compartir con sus discípulos ese momento, haciéndose pan, repartiéndose entre ellos.

Jesús sabe que sus horas están contadas. Sin embargo, no piensa en ocultarse o huir. Lo que hace es organizar una cena especial de despedida con sus amigos y amigas más cercanos. Es un momento grave y delicado para él y para sus discípulos: lo quiere vivir en toda su hondura. Es una decisión pensada. Consciente de la inminencia de su muerte, necesita compartir con los suyos su confianza total en el Padre incluso en esta hora. Jesús se dispone a animar la cena contagiando a sus discípulos de su esperanza.

Los discípulos estaban acostumbrados a recibir el pan de manos de Jesús, sintiéndose todos unidos entre sí y con Dios. Pero aquella noche, Jesús añade unas palabras que le dan un contenido nuevo e insólito a su gesto. Mientras les distribuye el pan les va diciendo estas palabras: «Esto es mi cuerpo. Yo soy este pan. Vedme en estos trozos entregándome hasta el final, para haceros llegar la bendición del reino de Dios».

Manos Entregadas

A continuación, se nos muestra el momento de la entrega definitiva en la cruz, donde resuenan las palabras de la Última Cena: «Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre. Mi muerte abrirá un futuro nuevo para vosotros y para todos». Jesús no piensa solo en sus discípulos más cercanos. En este momento decisivo y crucial, el horizonte de su mirada se hace universal: la nueva Alianza, el reino definitivo de Dios será para muchos, «para todos».

Y es una entrega con las manos extendidas, marcadas por el sufrimiento de la cruz y de los clavos. Pero de esas manos nace la presencia real de Cristo en la Eucaristía, a través del Santísimo Sacramento del Altar, que quiere permanecer en medio de nosotros, siendo nuestro alimento.

Lavatorio de pies

Finalmente, volvemos a la Última Cena, a la escena del lavatorio de los pies. ¿Hace además Jesús un nuevo signo invitando a sus discípulos al servicio fraterno? El Evangelio de Juan dice que, en un momento determinado de la cena, se levantó de la mesa y «se puso a lavar los pies de los discípulos». Según el relato, lo hizo para dar ejemplo a todos y hacerles saber que sus seguidores deberían vivir en actitud de servicio mutuo: «Lavándoos los pies unos a otros». Difícilmente se puede trazar una imagen más expresiva de lo que ha sido su vida, y de lo que quiere dejar grabado para siempre en sus seguidores. Lo ha repetido muchas veces: «El que quiera ser grande entre vosotros, será vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, sea esclavo de todos».

Toda oración, todo encuentro con Cristo, nos ha de llevar al compromiso. San Vicente de Paúl insistía en que oración sin compromiso no es oración: «Amemos a Dios, hermanos míos, amemos a Dios, pero que sea a costa de nuestros brazos, que sea con el sudor de nuestra frente. Pues muchas veces los actos de amor de Dios, de complacencia, de benevolencia, y otros semejantes afectos y prácticas interiores de un corazón amante, aunque muy buenos y deseables, resultan sin embargo muy sospechosos, cuando no se llega a la práctica del amor efectivo: «Mi Padre es glorificado, dice nuestro Señor, en que deis mucho fruto» (Jn 15,8). Hemos de tener mucho cuidado en esto; porque hay muchos que, preocupados de tener un aspecto externo de compostura y el interior lleno de grandes sentimientos de Dios, se detienen en esto; y cuando se llega a los hechos y se presentan ocasiones de obrar, se quedan cortos. Se muestran satisfechos de su imaginación calenturienta, contentos con los dulces coloquios que tienen con Dios en la oración, hablan casi como los ángeles; pero luego, cuando se trata de trabajar por Dios, de sufrir, de mortificarse, de instruir a los pobres, de ir a buscar a la oveja descarriada, de desear que les falte alguna cosa, de aceptar las enfermedades o cualquier cosa desagradable, ¡ay!, todo se viene abajo y les fallan los ánimos. No, no nos engañemos: Totum opus nostrum in operatione consistit» (SVP XI, 733).

El papa Francisco recogerá esta misma idea en la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium: «La contemplación que deja fuera a los demás es un engaño» (n. 281).